28 abril 2007

NOCTURNA EN BURGOS

Adusta y señorial, la anciana dama
no le teme ni al frío que la envuelve
ni a la lluvia que, fértil, acristala
el bajo del vestido y el empeine
de su botín de asfalto acharolado.

Yergue el cuerpo de piedra al pie del monte
del arcángel custodio que la vela,
jinete de aire, paladín celeste,
lanza de amaneceres y cimera
emplumada de nubes y de agrestes
ramas de roble y flores de ginesta.

Herretes de granito burilado
atraviesan su pecho, y le sujetan
húmeda cinta de gules y verdes
terciopelos de hierba en el corpiño
brocado de espejuelos que destellan
sobre fachadas vestidas de armiño.

II

He visto anoche el ángel: atisbaba
desde la blonda de encaje, bandera
sobre peineta de piedra tallada.
Santa María era blanca Madonna
con piel de niña virgen que blandiera
contra el azul un alfanje de luna
descabezando lirios y azucenas.

Se duerme Burgos. Me duermo en sus brazos.
Bastión de piedra que vela presencias
de sueños dulces, burbujas de aroma
a lluvia, prados y austera belleza.
Entre los campos velados de nuevo
el Cid cabalga un caballo de bronce,
Jimena ampara un azor en su diestra,
polvo y sudor, al destierro los doce
tras su señor cabalgando se alejan,
hierros cubiertos, la casta heredada,
(nunca es mendigo quien viste nobleza.)

Sueño que sueño. La sombra es tangible
como la luz que alancea su esencia.
En su regazo se anida un acorde,
el cimbrear de una danza invisible,
la vibración de una nota de alerta
y, mientras duermo acunada en el mimbre,
Semper fidelis un ángel me vela.
Besa su río mis labios: azumbres
de húmedas gotas de fresca pureza.


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