Tú, loco empecinado en mirarme a los ojos
como si en ellos existieran respuestas
a las incógnitas, a los misterios, a los jeroglíficos
de épocas pretéritas. Buscas bajo la herrumbre.
Tú, arqueólogo en mi geografía olvidada.
En serio. Debo recomendarte que abandones
la insana y peligrosa costumbre de acercarte
tanto a mi piel calcárea, a mi caparazón rígido,
a mis colmillos triangulares. Ponte a salvo.
No existe antídoto para este veneno.
Es mi último aviso. Si cuando el sol se ponga
sigues mirándome a los ojos así, como si el mundo
se ocultase en mis iris, te aseguro
que te diré que sí. Y te haré mío.
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