29 abril 2007

BAJO EL BALCÓN


Bajo el balcón

en la silla de enea se ha sentado el tiempo
y no mueven un pétalo los copos de azahar
de aquel naranjo verde que hace guardia en la puerta.

Todo se quedó quieto una tarde de Marzo
-¿o fue tal vez Noviembre?-
Olvidé el mes, y no he sabido nunca
cuando borda sus flores el naranjo.

Pero no importa el nombre.
Pudo ser cualquier mes,
cualquier hora o minuto indefinido
de una tarde con sol.

El caso es que el tiempo se ha sentado
en la silla de enea, bajo nuestro balcón,
y es presente el pasado, y el futuro, y la muerte,
porque nada se mueve más allá o más acá
de la hora difusa en que dije: "Te amo"

Y fue verdad.

ÍTACA


Ítaca soy, la isla que se extiende
al borde de los sueños, como un faro,
la luz en las tinieblas del presente,
el recuerdo del reino abandonado

Ítaca, el ansia de regresar siempre
a la raíz de todo, ahora más sabio,
y comenzar de nuevo desde cero,
para alcanzar estrellas con las manos

Pero alcanzado el puerto es como todos,
casas blancas de cal, bancos de arena,
plazas abiertas, calles con despojos

descubrirás que estoy en otra parte,
de nuevo lejos, añorada y bella,
y es el viaje tu mejor tesoro.



LAS TARDES, NUESTRAS TARDES

Algunas veces las tardes
visten de convictas,
una bata de algodón plomizo,
entre barrotes de aguacero.
Quietas, calladas,
tristes.
Viejas rendidas en el sol frío
que no calienta sus vencidos huesos.
Medio ciegas, completamente sordas
ajenas al llanto de quien les es ajeno,
ajenas a la alegría de los otros,
los que viven sin rejas,
donde la lluvia es dulce
y entibia el sol la piel a lametones.

Esas tardes podridas,
huecas como los huecos
tocones de los álamos,
color de polvoriento hueso,
mohosas y de párpados caídos,
tienen su propio grito:
gimen con voz de viento
crujiendo en las bisagras,
borboteando en las pilas
de piedra de los lavaderos.
Se les ha roto el cascabel dorado,
el farolillo chico que albergaba la luz
y lloran por su ausencia detrás de las paredes,
donde no puedes verlas.

Castigadas tardes-víctima
que cumplen su condena sin remedio,
sin nadie que desee visitarlas,
discurrir por sus horas,
enredar sus segundos en saetas
y dispararlas hacia el horizonte.
Esas, las tardes en que olvidas que olvido
en los mil agujeros del cedazo
que una vez fuimos parte de un sueño de colores
y ahora somos tan solo dos grises enemigos
sin más batallas por librar
que cruzar una puerta hacia la ausencia.

Desde aquí, en mi butaca, las contemplo
recorrer lentamente la distancia,
la milla verde hacia su sacrificio,
su condena de tiempo, inapelable.
Y mueren en la orilla
de una inyección letal de sol poniente,
de ocaso repetido.
Ya no son sino historias olvidadas.
Horas en un capazo desfondado.

Las tardes, nuestras tardes, las que amábamos.


EBRIA

Baste decir que el mar no para quieto,
que se mueve la sal, que el horizonte
nunca es el mismo aunque lo parezca.

Baste decir que hoy la ebriedad me gana,
que es mucho el vino y más la cierta
locura que me envuelve en estas horas

Baste decir que así soy yo contigo,
sin dejarte morir, como si nada
pudiera arrebatarte de mis brazos
anestesiados con flores secas y
alcohol de retsina,
hierbajos amarillos requemados,
mediterránea
ginesta en flor humedecida y turbia.

Ebria. Esa es la sola forma que conozco
de transitar la hora irremediable.

Ebria. No importa cuanto ni de qué,
si de vino, de amor o de otras hierbas.

Ebria. Para que no me duela el pensamiento
amortiguado en un colchón de plumas,
mareada y esquiva la conciencia,
dormido el sentimiento y los pulpejos
de los dedos que ayer te acariciaban.

Ni conozco otro modo ni lo busco
más allá de pasar adormecida
de puntillas al alba de tu muerte
entre las manecillas de las horas.

Así es como comprendo que en el fondo
de una botella se encierre el olvido.

Pero el alcohol se esfuma
y queda el duelo.

HUELLA


Se quedaron las huellas
dibujando caminos sobre la piel de piedra,
senderos invisibles
en fingidos jardines de baldosas,
el eco de un tacón, la silueta
de sombras en la sombra de la noche,
allí donde moría
el polvo y la ceniza de mil cuerpos
extraños a sí mismos entre extraños.

Cuando regreso
a la senda que antaño fuera nuestra
en la frágil burbuja de unas horas
entre un sol y otro sol,
aun puedo verlas
deslizarse sin rumbo entre la gente,
oír tu voz extinta entre las voces
de gargantas ajenas, en clave indescifrable,
reír tu risa esquiva en otras bocas,
que no tienen tus labios ni tu lengua
agridulce y salada,
y ver tu piel de aceite entre las pieles
de los hombres del sur, dátil y bronce,
olivo y oro, áspero tronco de ciprés
solitario y ausente, con la ronca
melancolía de los cementerios,
presos de la memoria cultivada
que no quiere olvidar lo que le duele.

¿Donde estarás ahora sin la huella
que ayer dejaste atrás, en el olvido?
¿Donde abrirás tus ojos como hiedra
escalando paredes de altas torres
y ventanas abiertas sobre verdes jardines?
¿Donde tu boca duende y los colmillos
que rompieron la piel y la armadura?
¿Donde el hueso, la taba protegida
de la flecha oxidada del viejo amor?
¿Donde las cicatrices vestidas de coraza?
¿Donde tú? ¿Donde yo? Jamás nosotros.
Apenas huidizos contrincantes
de una noche tan negra como un lobo
y una mañana blanca como un oso de nieve

Se pudieron
borrar los gritos, la pasión, el éxtasis
feroz bajo las sábanas, sobre la piel,
en las entrañas rotas de dos cuerpos sin nombre.
Veloces se olvidaron
las palabras de amor y las mentiras
que nadie pronunció. Pero la huella
de los pasos perdidos en la noche
se quedó en el asfalto, dibujada
en las aceras grises,
en las paredes de hormigón,
en las hojas dormidas de los setos,
como un rastro de luces más allá de la luz.

Negra es la sangre y albinos los rizos
del desgraciado, roto en mil heridas
víctima de sí mismo y aun verdugo
que llora mientras rompe cuanto ama
por castigar sus sueños, los lejanos
hijos del rosicler y las alondras,
cadáveres amados que se pudren
sobre la tierra parda, bajo el ojo
dorado y vigilante de un búho tuerto.

Pero queda la huella, la invisible, la herida
luminosa.

SOBRE LA CIMA

De pie, tu cuerpo erguido
pintado en sol y sombras, acebrado
vivaz,
como un verde lagarto entre las piedras
busca la umbría
el cobijo de una gruta carnal
el hueco salvo
el sueño que se sueña con los ojos abiertos

Luz dentada, reidora,
mordiendo las esquinas de los cuerpos
buceando
misterios empapados en sal y rubio aceite
incendiando volcanes, sacudiendo tormentas
espantando
los huesos de los muertos, blanqueados
de olvido y de ceniza

De pie, tu cuerpo erguido,
mesana de un navío sin fantasmas
donde
mi cuerpo fuese bandera ondeante,
la vela roja como la sangre, hierro y fuego,
lienzo
de carne sobre carne viva

En la cima del mundo
contra el viento feroz y la marea
roedora de piedras, rutinaria,
tú y yo somos un faro que se enciende.

ATRÁS QUEDA LA NOCHE


Atrás queda la noche con su sábana oscura,
un sudario enlutado, desgarradas cortinas
que se mecen al viento de un olvido que crece
anidado en las ramas del árbol del recuerdo

La luz de las farolas aletea un instante
para luego perderse en las alcantarillas
hurgando en la osamenta del pasado ya muerto,
rumbo al hierro escondido debajo de las lenguas
y se apagan los ojos
y se encienden las voces.

Otra luz amanece, otra boca se abre
palpitando, mordiendo manzanas tentadoras,
oro rojo que mana la pulpa de saliva
de sangre como lava volcánica
espesa como tallos de vid en las paredes
de los cuerpos que habitan rincones luminosos
y caminos en sombras
Otra música nueva para bañar las nubes
para quemar la hoguera
para enterrar las piedras
para aventar el aire
con una sola nota colgada de un columpio
arracada pirata prendida de tu oreja
caracola menuda enredada en las algas

Atrás queda la noche y su larga venganza
en la espada del día derrotada y sangrante
atrás
aunque se intuye que tal vez resucite
como un Lázaro exhausto después de los tres días
del luto reversible.

Pero ahora se ha muerto suicidada de vida
y he secado mis lágrimas en su parda mortaja

SOL SERPIENTE EN LAS BALDOSAS BLANCAS.

Sol.
Amarilla serpiente en las baldosas
blancas.
Una lámpara ciega,
funámbula atrevida al filo de la mesa;
Un reloj:
Manecillas
inquietas corredoras de esperas.
Tus zapatos sin pies
y mi ropa descalza.
Sobre la colcha, crecen
en jardines sin sueño
flores de carne,
bosques
de pieles erizadas
Fuera
donde la luz se declara la dueña
un naranjo
sin oro, buhonero de verde
pregona sus racimos de blancos azahares
En la cal de los muros la buganvilla quema,
lamiendo las esquinas de una calle sin nombre.

Sol.
Amarilla serpiente en las baldosas
blancas.
Como él
tú te vas deslizando
en mi cuerpo de sombra.

ISHIDA-SAN


Ishida-san ha visto todo el mundo
en los breves segundos que acapara
el dolor y las lágrimas, la ausencia,
la soledad, la crueldad del aire
que azota frío sus párpados cerrados

Ishida-san maneja la katana
abanicando el aire que se corta
con esa ligereza de los jóvenes
sabios que aun no aprendieron la ignorancia

Ishida-san, los viejos no leemos
las historias de tinta sobre blanco
papel de arroz, leemos cicatrices
escritas en la piel que nos abriga

Ishida-san, ¡hay tanto que la vida
puede enseñarte aún a que no sepas!
Abre los ojos, no olvides la infancia,
la juventud, el verde de las hojas

El futuro es un juego de tahúres
apostarás tu vida en el tapete
y perderás al cabo todo el monte
Y sin embargo, Ishida-san, apuesta

Solo somos aquello que vivimos.

DE BERMELLÓN Y ALHEÑA

Quiero pintar de bermellón y alheña
estos pies con grilletes invisibles,
con cadenas de niebla que los atan
a murallas de angustias intangibles.

Pies rojos, huellas rojas en el barro
del camino, y las piedras trashumantes
que ruedan siempre a golpe de zapato
sin saber de una piel que las desarme

Pies rojos, manos rojas en el pecho
con jardines de henna, laberintos
donde perderse para reencontrarse
sabiéndonos extraños y distintos

De bermellón y alheña la cintura
y el vientre, las pasiones y los miedos,
de gozos incansables incontables,
de lúbrico descaro y de misterios.

Alheña y bermellón en pies y manos
sangre sobre la sangre milenaria
de mujer a mujer, huesos esclavos
que guardan la memoria arrinconada

He de pintar mis pies, descerrajarlos,
teñirlos de mujer, roja fortuna
y hacerlos caminar, desampararlos
de murallas de piedra sin ternura.



SI QUISIERA VOLVER


Si quisiera volver
al hueco en que anidabas
-la habitación del estor amarillo-
encontraría las huellas:
la cama sin hacer,
las sábanas teñidas
del moho irreversible
dibujándoles flores de ceniza.

Si quisiera volver
entre cuatro paredes hallaría
la soledad que en ellas dibujabas
en las horas de sol,
y en las esquinas
la lluvia del otoño y las heladas
que ha dejado noviembre en las cortinas.

Si quisiera volver
medio vaso de agua me hablaría
de la sed de tu lengua esa mañana,
del frío que se hincaba
hurgando cruelmente en tus costillas,
del miedo
como un topo haciendo cuevas,
todo eso tu vaso me diría.

Si quisiera volver.
Pero no quiero.
Si quisiera volver donde morías.
Si supiera cruzar por ese puente
sin caerme al abismo...
bastaría.

MUCHACHA DE VERANO


Muchacha de verano
Blusa rosa
Trepa tus piernas
la hiedra verde de tus zapatillas
buscando los aleros de tu falda
Enciende cascabeles en las noches
bordeando la ventana de tu cuarto
Riega de risa todas las macetas:
aquella de petunias y las otras
de zinnias y alegrías,
¡qué derroche
de color y sabor a margaritas!

Muchacha de verano
Olor de arena
Voz de ola al galope
Piel de café con hielo a mediodía
Entre los toboganes de tus pechos
los ojos de los hombres se deslizan
como niños de patio de recreo
¡Qué vértigo de curvas!
¡Qué delicia!

Muchacha de verano
Hoy las comadres
ya no son las de ayer,
no te critican
sino detrás de sus puertas de hielo
con ese displicente: “pobrecilla,
el día menos pensado…”
Podredumbre.
El sol las secará
junto a su envidia.


LEBANNON


Late,
dulce,
plena,
suave,
tacto,
canto,
llanto
azul,
y te mira,
y respira,
como un sueño
en la luz.

Y se abre al amanecer
cuando el sol le besa la piel,
su mirada acaricia el viento,
lágrimas de rocío
vestidas de rosicler.

Si te siente llegar y ve
que tus pasos saben volver
al rincón que guarda las horas
y los ojos que las destrozan
no las pueden alcanzar
oirás su risa
entre la brisa

Cuando te de la bienvenida
acércate, no dudes más,
cruza la piel iridiscente
de la burbuja de cristal
al otro lado de una luna
acurrucada en una cuna
de coral,
que el sol vigila en la distancia
y hace brillar por la nostalgia
allí,
donde se da la vuelta el mar.

Si te dijera “abrázame”
no la hagas esperar,
es tan efímera
como una nube,
como el instante
que ha muerto ya.

Si te dijera “sueña conmigo”
y en su regazo te hiciera un nido,
ata los lazos,
y entre sus brazos
duerme y olvida la tempestad

ADIÓS, ABRIL


Adiós, Abril, de faldas empapadas
de lluvia y lágrimas, de amantes humedades
Adiós, Abril, ¿he dicho que te amo?

Te amo y no soy fiel, vuelvo los ojos
hacia este Mayo que se estrena ahora
con sus ojos de verdes transparencias
prendidas de los dedos de los árboles.

Nace Mayo y no llora como un día
llorase entre las palmas de mis manos
es cálido hoy su beso, y luminoso,
perfumado de olas y salvaje

Mayo mago, truhán, en la abundancia
palpitante de sangre renovada
arde en brasas sin humo ni reclamo,
generoso como un amante tierno.

Se despiertan banderas de arco iris,
sembradas de lavanda y amapolas,
estrellas en los ojos, parpadeos
en negros terciopelos vespertinos

Viste Mayo de verde, de té verde,
espuma de oro en vasos de colores
té especiado, fragante, compartido
juguete entre los dedos y las bocas

Carnosa y tibia, tentadora y frágil
la orquídea sensual abre los pétalos
y a su néctar acude el azul vuelo
del colibrí, inmóvil en el aire.

Adiós, Abril. ¿Te dije que te amo?
Te amo y te soy infiel, volveré pronto.

Ahora me llama Mayo
y me ha pintado
los ojos verde mar, aguamarina.

EN EL VAGÓN DE LOS LOCOS II


En los cristales empañados
patinan gotas de agua
decadentes cadencias
pendiente abajo
entre humedad y polvo
resbalan como llanto
sobre un rostro de arena


Ajenas a sí misma
así siente sus lágrimas la loca
como si fueran lluvia en la ventana

EN EL VAGÓN DE LOS LOCOS


Una silla de plástico azul
un pasillo de baldosas blancas
unos muros pintados de gris
unas puertas de cristal muralla

Donde giran las líneas sin sueños
y los sueños se quedan en nada
a este lado del jardín de piedras
con orugas de tiempo sin alas

ella pinta céspedes azules,
fuentes rojas y pájaros malva,
pinta olvidos teñidos de herrumbre
y silencios vestidos de calma

En la silla de plástico azul
del pasillo de baldosas blancas
entre muros pintados de gris
ella duerme y la vida se pasa.

CUALQUIER PALABRA SIRVE

A veces cualquier palabra sirve
para que tú me llames,
sin importar lo oscura,
lo clara,
o el perímetro exacto de sus letras

Sé que es mi nombre. Vibra
en la frecuencia larga que nos une
salvando los kilómetros,
los meses,
las murallas de sal y las tinieblas.

Incluso, en ocasiones,
cuando distancia y tiempo son anillos
de comienzo y final indescifrable
sólo pensarlo basta:
Oigo
el silencio rozándote los labios,
entonces, letra a letra
-tinta de agua en el folio del espejo-
sobrescrito aparece por el vaho
uno de los mil nombres del deseo.

Algunas veces cualquier palabra sirve
para que tú me nombres sin hacerlo.

DOS PALABRAS

“Te quiero”

Se te cayeron tintineando
dos palabras
redondas y sencillas como
canicas de colores.

Dos palabras
rodando en el mantel
esquivando las tazas y los platos,
los zumos y las jícaras de leche,
la mermelada de naranja amarga,
el diario,
las tostadas,
los cafés.

Detenidas frente a mi desayuno
dos palabras
Temí romperlas pero
no eran frágiles,
eran tu fiel reflejo, tenían
el sólido armazón de tu firmeza,
tu clara transparencia,
tu voz valiente,
tu honradez,
tu calma.

Las recogí. Las guardo,
quietas, bajo mi lengua
para volcarlas en la tuya, dobles,
con cada beso, cuatro palabras:

“Yo también te quiero”

¡AY, GABRIEL!

Cuanta imprudencia, Gabriel,
rondar dunas de arena
sin mirar donde pones los zapatos
contemplando
lunas trasnochadoras
estrellas que te guiñan
cometas errantes
con esos ojos tuyos
vendados de utopía

mírate, soñador,
ruedas ladera abajo sin remedio
dando tumbos, desnortado,
te deslizas
abrazándote al aire
por el embudo-trampa
de la hormiga león

de cabeza
hacia mis mandíbulas

DE LA HUIDA


En aquel tiempo el miedo corría a mis espaldas
como un escuálido huesudo albino galgo
como una hirsuta peluda negra araña
azuzando mis pies en permanente fuga
hacia la vieja tibia consoladora muerte.

No quedó más remedio que esconderse
en la azufrada muda venenosa niebla
en el oscuro vasto arcano laberinto
oculta el alma detrás de la muralla
de silencio prudente baluarte refugio.

Desde las catacumbas se colaron los perros
colmillo agudo desgarrador caníbal
alzada curva amenazante garra
a segar las arterias en el sueño
saciar su sed dejando sed a cambio.

En aquel tiempo el tiempo se quebró
tantos puntos finales se desparramaron
convirtiéndose en puntos suspensivos
balizas con destello intermitente
para tijeras de nunca más ya basta

Como un trompo el anillo giró sobre su eje
trazando esferas falsas fantasmales
y cayó.


II

Uno aprende a salvarse o muere
A huir sin equipaje o muere
Le crecen los colmillos
suicida su inocencia
el lastre incrédulo
abandona insepulta
la fe
los sueños
la historia agonizante
como carnaza para voraces fieras
escapa cojeando
o arrastrándose
escapa
sin detenerse hasta el mellado borde
donde el mundo se torna catarata
y se deja caer
y cae
hasta el abismo
se hunde en el légamo
y duerme por mil años
enroscado en sí mismo
a oscuras siempre
hasta tejer el nuevo cuerpo nuevo
hasta crear la nueva vida nueva
como una salamandra
dragón-serpiente mordiéndose la cola
-el fin es el principio-
Entonces
nace.

PARA EL JARDÍN DE UNA DAMA AMURALLADA



Dama de la Muralla, mientras tejes
tapices con brocados de sonrisas
mira, de vez en cuando, hacia aquel árbol
al otro lado de tu hermosa isla

Es un árbol pequeño, que se mece
sin dejarse abatir, aunque se inclina
al vendaval, mientras al aire ofrece
de sus ramas delgadas la caricia

Tiembla en brazos del viento, que lo besa
y no se queda nunca entre sus hojas
y, aunque el viento es viajero y no se queda,
vuelve siempre al refugio de su sombra

Escucha como cantan, viento y árbol
enredados los brazos uno al otro,
silban canciones del amor liviano
que jamás ata, y vive del asombro

Al árbol no le asusta la tormenta,
no temas, Dama, si el rayo le hiere,
saben sus cicatrices de madera
que tan sólo se muere de una muerte

En tanto, vive y canta, abraza, acuna
protege sus criaturas, las alberga,
y sigue con la copa en las alturas
y los pies afianzados en la tierra

Dama, el árbol te ofrece su cobijo,
es pequeño, tal vez, pero da sombra,
si alguna vez tu pie deja el castillo,
florecerán por ti sus mil magnolias

HAIKUS DEL AGUA


Savia de vida
sobre tu lengua seca
el agua fría

************

Perla sin peso
Fragilidad y fuerza
encapsuladas

************

En el desierto
pez de líquida plata.
Estanque azul

************

Seda tensada
Bajo la superficie
otro universo

************

Amenazante
ejército de gotas.
Un aguacero

************

PALABRA EN LIBERTAD


Extendidas las letras en banderas al sol
las lee el viento.
Oraciones sin voz en labios incorpóreos.
En las campanas rueda su sonido
como un mantra sereno,
música de una nota
monocorde, vibrante,
ascendiendo abrazada
del humo del incienso perfumado
voluptuoso, lábil,
azul aroma de gardenia y sándalo.

Vuela ahora libre la palabra escrita
sin más cadenas ya, ni otro destino
que el éter sin fronteras conocidas


MIEDO


Tan solo existe el miedo
apretando mi carne,
una cincha de acero.
Miedo. De abrir los ojos,
de cerrarlos a golpes
para siempre, de hablar,
de dar un paso,
de oír las llaves en la puerta,
miedo de oler tu piel,
tu vino amargo. Miedo
de mi nombre en tu boca
de sangre, de tu sombra,
de tu huella en mi espalda,
nocturna, cárdena, brutal.
Miedo. No existe sino miedo.
Mientras, al pie de la ventana
la paz me está llamando.
Apenas quince metros
me separan del gris
silencioso de asfalto.
Quince metros de angustia
reducidos a un palmo
de miedo o de valor:
la distancia de un paso.

Sin embargo... no puedo,
imposible saltar.
Tu hijo está llorando.


MAGNOLIA.


Fuera la luz rugiente, mediodía.
Dentro la quieta penumbra, silencio
íntimo.
Refugiada en su centro
¿qué sueña la magnolia de blancos pétalos
en su siesta verde?
Sueña
lenguas de colibríes invasoras,
zumbidos de abejorros buscando el corazón,
libando ávidos.
Duerme;
pueblan su oscuridad imágenes aladas;
un Universo, oculto en ella, hierve.

Fuera la sombra muda, medianoche.
Dentro la llama incendiaria, estallido
ígneo.
Despiertan sus sentidos
¿que anhela la magnolia de blancos pétalos
abierta hacia la luna?
Anhela
un tacto que le muerda las entrañas,
mientras la savia colma sus venas en sazón
de oleajes cálidos.
Siente;
pueblan su realidad imágenes aladas;
un Universo, oculto en ella, crece.

Desnudos
bajo el magnolio otros pétalos se abren,
arden sin llama, cálidos, lascivos,
devoradores, oscuros... salvajes.

FRENTE A FRENTE



Es claro que nací mortal
¿de qué otro modo?
¿nace lo que no muere?
no tiene la Eternidad principio

Es claro que nací mortal
¿por qué angustiarme?
cruzaré la puerta de la muerte
como crucé la puerta de la vida

Es claro que nací mortal.
No tengo miedo
de llegarme de nuevo a la otra orilla,
aun sin acompañarme de Caronte.

Frente a frente lo admito.
Te temo a ti.
Tu mueca cruel,
tus garras, tus colmillos,
tu rostro ceniciento,
la llaga,
la impotencia.
Temo que me encadenes,
dolor,
en tus grilletes.


El amor es un vecino desconocido...

El amor es un vecino desconocido.
Sabes que vive al lado de tu casa,
le oyes abrir la puerta por las noches,
ves como va encendiendo una por una
las luces a su paso,
oyes la melodía inacabable,
le ves bailar lambada
con alguna otra sombra.

Sin embargo -como ocurre
con los otros espectros habitantes
de tu mundo de cristal y cemento-
todavía no has conseguido verle
cara a cara, dispuesto a saludarte
al pasar a tu lado en la escalera.

Sigues aquí, cuidando con esmero
tu pequeña maceta de albahaca.


PUTA


Puta -le dijo
con la boca llena
del amargo rencor del impotente.

Dejó caer la palabra
como una piedra,
para lapidarla;
como una losa,
como un epitafio
para el amor,
cadáver hediondo
corrompiendo sus días y sus noches.

Puta -le dijo
y ella le dió la espalda
y se marchó
perdiéndose en la niebla.

AUTÓMATA


A la luz de la luna que navega
imperturbable y fría, indiferente,
con resplandores blancos,
ella abre el cajón del pensamiento,
extrae las palabras que atesora,
las pesa, las coloca, las ordena
en renglones medidos y cuidados.

¿Llora? No. Sólo observa
las ideas ardiendo en las esquinas,
peligrosas esquirlas de metralla
sentimental, lesiva como dardos,
letales, como dosis de cicuta.
Cuidadosa, despacio, las sujeta
firmemente en los dedos, sin temblores
y serena, retira la espoleta.

No arderán más las brasas apagadas,
no estallarán corazones heridos,
egos eviscerados o dolientes
mutilados en guerras de pasiones.
Pero a los ojos del mundo que observa
ignorante del peso de las sombras,
será tan sólo el autómata frío
que desactiva sin alma las bombas.



FRÍA


Él dijo: "Eres helada, como el Norte,
no late un corazón bajo tu pecho
sino un ciego y preciso mecanismo.
No te emocionas, no pierdes la calma,
el amor no te altera los latidos,
sólo sabes llorar a la hora exacta
de intercambiar fluidos.


Ella calló, detrás de la coraza
de ocultas cicatrices de otras guerras,
trenzadas con cadenas irrompibles.
Cerró los ojos sin bajar los párpados
y, escondiendo la herida tras su plácida
imagen de muñeca inanimada,
contestó sonriendo: "Soy pragmática".

PORCELANAS



Lucen, altivas, en lujosos salones
-frágiles porcelanas
eternamente jóvenes-
su delicada piel de cristal de Bohemia
sin arrugas
y sin imperfecciones.

Rosas talladas, que no tienen aroma
propio, y se compran
con oro de papel
para exhibir a la mirada ajena
en cámaras estancas
donde nada
pueda dañar su belleza aparente

Muñecas huecas de sí mismas,
vestidas con azules desencuentros,
polvo blanco y ceniza
gris, rellenan el vacío,
apagando los ecos
de lágrimas sin agua,
enmudeciendo el alma quebradiza

Y mañana, una grieta
irremediable y larga,
convertirá en arena su diamante,
la arena en lodo,
el lodo en mugre y cieno,
deshechas
serán sólo olvido cierto.