29 abril 2007

EBRIA

Baste decir que el mar no para quieto,
que se mueve la sal, que el horizonte
nunca es el mismo aunque lo parezca.

Baste decir que hoy la ebriedad me gana,
que es mucho el vino y más la cierta
locura que me envuelve en estas horas

Baste decir que así soy yo contigo,
sin dejarte morir, como si nada
pudiera arrebatarte de mis brazos
anestesiados con flores secas y
alcohol de retsina,
hierbajos amarillos requemados,
mediterránea
ginesta en flor humedecida y turbia.

Ebria. Esa es la sola forma que conozco
de transitar la hora irremediable.

Ebria. No importa cuanto ni de qué,
si de vino, de amor o de otras hierbas.

Ebria. Para que no me duela el pensamiento
amortiguado en un colchón de plumas,
mareada y esquiva la conciencia,
dormido el sentimiento y los pulpejos
de los dedos que ayer te acariciaban.

Ni conozco otro modo ni lo busco
más allá de pasar adormecida
de puntillas al alba de tu muerte
entre las manecillas de las horas.

Así es como comprendo que en el fondo
de una botella se encierre el olvido.

Pero el alcohol se esfuma
y queda el duelo.

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