28 abril 2007

LEYENDO A BENEDETTI

Era un día cualquiera
de no importa qué griego
calendario sin signos.
Yo leía a don Mario
y tú estabas tan lejos
y tan cerca,
tan dentro,
como si la Utopía
encontrase su espacio
en el exacto límite
de piel y sentimiento.

Luego,
no estabas cerca,
ni lejos,
ni tan dentro,
callado te perdías
en la nada, despacio,
desgranando la sílice
intangible del tiempo.

Más tarde aún, de noche
yo seguía leyendo
a don Mario
y tú... tú no recuerdo
si cazabas ovejas
o contabas luceros,
sólo sé que era oscuro
y se veían negros
el papel y la tinta,
y el rostro de mi espejo;
que la luna, allá arriba
era un burdo remedo
de farola barata
huera de sortilegio.

Ahora
leo a don Mario,
y tú ya no estás lejos,
ni cerca,
ni hondo,
ni andas
en cuentas con mis cuentos,
ahora ya no te mueves
nadando en mis secretos,
sólo duermes,
letargo,
cueva,
pozo,
desierto.

¿Y yo?
Yo mientras tanto
con las palabras viejas
del maestro uruguayo
me abrigo.
Estoy quemando
el frío de mis huesos.

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