28 abril 2007

MORITURI


No importa qué país los vió nacer. Son todos
mendigos a las puertas de un falso paraíso,
Shangri-La imaginario donde el miedo no muerde.

Mamaron la derrota con el primer calostro
de los fláccidos pechos de la madre Miseria
que los parió marcados para sacrificarlos.
Nacieron con el hambre bajo el brazo, la rabia
como pan en su mesa, la injusticia su agua
envenenada y pútrida.

En su escuela sin paredes, aprenden
que no hay más ley que la ley de la selva,
la del que puede más, el que pega primero
y da dos veces. Aprenden, día a día,
-pluma del nueve largo y tintero de sangre-
que un enemigo muerto es un amigo vivo,
y no hay amigo bueno más allá
de las fronteras de su piel amarga.

Sin nada que perder. Con todo por ganar.
Saltan a la conquista de un incierto futuro
desde la orilla rota de la costa más bárbara,
donde forman sus filas de aspirantes a vivos,
legión uniformada de harapos y de mugre.

Estos que veis llegar son los desposeídos
que se tragará el mar, para escupir sus huesos
más tarde, en cualquier playa. Serán
sobre la arena blanca momias de algas parduzcas,
contra las rocas negras, banquete de cangrejos.

Mirad. Callad. ¡No!. ¡No mireis ahora!
Seguid así, impasibles,
como estatuas de mármol en los acantilados.
Contemplad como luchan y no movais un dedo.
No tendais una mano. No largueis una cuerda.
Dejad que venga el mar y devore las hordas
de los pobres que buscan alcanzar esta orilla;
no vaya a ser que, acaso, arriben hasta el sueño
y descubran que es frágil.

Ahora. Volved ahora la espalda y no mireis.
Dejad que el mar ahogue con su sal el aliento,
el grito, el rastro de agua de su existencia toda,
y los reduzca a pulpa pálida y tumefacta.
¿Han muerto ya? ¡Perfecto!. Ya son menos.
Teneis las manos limpias. El mar hizo el trabajo
esta vez... otra vez... una vez más... Cerrad
los oídos a todo. Si oís llamar, no es con vosotros.
¿O acaso alguno se atreve a responder?:
¿Que has hecho con tu hermano, Caín? ¿Donde está Abel?


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