Dama de la Muralla, mientras tejes
tapices con brocados de sonrisas
mira, de vez en cuando, hacia aquel árbol
al otro lado de tu hermosa isla
Es un árbol pequeño, que se mece
sin dejarse abatir, aunque se inclina
al vendaval, mientras al aire ofrece
de sus ramas delgadas la caricia
Tiembla en brazos del viento, que lo besa
y no se queda nunca entre sus hojas
y, aunque el viento es viajero y no se queda,
vuelve siempre al refugio de su sombra
Escucha como cantan, viento y árbol
enredados los brazos uno al otro,
silban canciones del amor liviano
que jamás ata, y vive del asombro
Al árbol no le asusta la tormenta,
no temas, Dama, si el rayo le hiere,
saben sus cicatrices de madera
que tan sólo se muere de una muerte
En tanto, vive y canta, abraza, acuna
protege sus criaturas, las alberga,
y sigue con la copa en las alturas
y los pies afianzados en la tierra
Dama, el árbol te ofrece su cobijo,
es pequeño, tal vez, pero da sombra,
si alguna vez tu pie deja el castillo,
florecerán por ti sus mil magnolias
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