Atrás queda la noche con su sábana oscura,
un sudario enlutado, desgarradas cortinas
que se mecen al viento de un olvido que crece
anidado en las ramas del árbol del recuerdo
La luz de las farolas aletea un instante
para luego perderse en las alcantarillas
hurgando en la osamenta del pasado ya muerto,
rumbo al hierro escondido debajo de las lenguas
y se apagan los ojos
y se encienden las voces.
Otra luz amanece, otra boca se abre
palpitando, mordiendo manzanas tentadoras,
oro rojo que mana la pulpa de saliva
de sangre como lava volcánica
espesa como tallos de vid en las paredes
de los cuerpos que habitan rincones luminosos
y caminos en sombras
Otra música nueva para bañar las nubes
para quemar la hoguera
para enterrar las piedras
para aventar el aire
con una sola nota colgada de un columpio
arracada pirata prendida de tu oreja
caracola menuda enredada en las algas
Atrás queda la noche y su larga venganza
en la espada del día derrotada y sangrante
atrás
aunque se intuye que tal vez resucite
como un Lázaro exhausto después de los tres días
del luto reversible.
Pero ahora se ha muerto suicidada de vida
y he secado mis lágrimas en su parda mortaja
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